Resurrección
¡Estás desterrado! Le gritó el cementerio al muerto.
Resurrección
¡Estás desterrado! Le gritó el cementerio al muerto.
Desde sus ojos — anegados en lágrimas que desbordaban sus párpados en llanto silencioso — su mirada, insistente, buscaba mis ojos.
Y mis ojos miraban moverse sus labios ipnóticos, acompasados a su voz, hermosos.
Sólo entendí:
Te dejo.
Hay un espacio – por decirlo de algún modo – un lugar de nuestra mente, o un sitio oculto y reservado de nuestro corazón, donde sólo entramos nosotros.
Ni nuestros seres más queridos, aquéllos que comparten nuestras vidas, alegrías y miserias, pueden siquiera rozarlo.
En el se almacenan emociones pudorosas e impúdicas vergüenzas, fracasos y olvidos que se resisten a su destino; lejanos olores o palabras no dichas.
Es la habitación del pánico de nuestra alma, un lugar seguro e íntimo.
Hoy, sin embargo, cuando he ido a mi refugio, el gusano estaba allí, alimentándose; anidado.
Microrrelato: el nido.
Fue cuando me miró brevemente, en el momento en que me disponía a colocarle la capucha que debía cubrirle la cabeza. Supe, lo vi en sus ojos, sin el menor resquicio de duda, que aquél hombre era inocente.
Accioné la palanca que liberaba la trampilla y escuché el golpe sordo del cuerpo al tensar bruscamente la cuerda y el crujido seco e inconfundible de las vértebras al quebrarse.
Para eso me pagan.
Tras una larga caminata, llegó por fin a su destino. Cuando penetró en el recinto supo que ya había estado allí. En el centro, equidistante, se encontró a sí mismo, esperándole.