A bocajarro

 

Veleta

Abandonó el viento a la veleta
Que quedó desorientada,
Inútil, quieta.

Abandona la luz esta mañana
Cuando traspasa el quicio
De mi puerta.

Poblado de silencio
El tiempo arrecia
Y me empuja, cobarde,
Por la espalda.

A su latir me entrego claramente
Testigo de este miedo primigenio
Y busco en el mañana fieramente
Algún residuo del antiguo celo.

La veleta, sin flujo ni latido,
Congelada en su seña
Sin mensaje;
Como yo, como soy ahora,
Como he sido.

Vivimos del pasado en el presente
Inútil es mostrarse arrepentido.
Será. Será mañana,
Si hoy no ha sido.

Otra vez en la calle

SILLA VACÍA

 

 

 

 

 

 

Salgo otra vez a la calle
En las manos vacías de la gente
Me miro.
Por caminos polvorientos
Sigo las huellas
Que otros dejaron olvidadas
Detrás de sus sombras
Que no pudieron seguirlos.

Salgo otra vez
Y giro a la derecha;
Pero esta vez es mi mano
Quien señala la senda
Trazando un sencillo dibujo
Que me lleva a tu puerta.

Y ¿hacia dónde?
Otra vez en la calle
Viendo cómo se pierden
Al doblar las esquinas
El tiempo y las palabras
La esperanza, los sueños
Cargados de colores,
Aquél perro flaco, mi dolor
Tu angustia,
El olor a comida…

La calle es un cajón de sastre

Me vuelvo y no hay nadie;
Ni nada,
Calle vacía.
Sin rastros, sin polvo
Sin destino.

La lamparita

Lámparas aceite

El día que murió mi padre debió ser el principio. Ninguno de los ocho hermanos nos dimos cuenta entonces…
Una lamparita con tulipa de cristal, similar a las antiguas lámparas de aceite, apareció encendida sobre la cómoda del dormitorio de mi madre. Su discreto tamaño y lo tenue de su luz le permitieron pasar inadvertida los primeros días. No obstante, con el paso del tiempo, todos fuimos tomando consciencia de su existencia.
Unos, viéndola encendida a pleno día, intentamos apagarla, encontrándonos con la brusca oposición de nuestra madre; otros recibieron una tajante negativa cuando preguntaron si la podían apagar.
Permaneció encendida día tras día, todos los años que nuestra madre vivió como viuda. Ninguno la vimos nunca apagada. De noche, de día, aunque mi madre se ausentara semanas enteras; allí permanecía la lámpara con su mortecina luz anaranjada, como un ojo vigilante, hora tras hora.
Llegó el momento en que los hermanos comentábamos, con cierta sorna, la excentricidad de nuestra madre con su lamparita. Y también, al fin, llegamos a ignorarla, tras haberla aceptado como parte inseparable de la ambientación de la casa.

Entonces murió mi madre. Habían transcurrido quince años desde que ella la situara sobre el mueble, esparciendo su cansada luz.

Hoy he ido a recoger a mi hermana mayor, que ahora ocupa la vivienda familiar donde antes residieron nuestros padres. Es el décimo aniversario del fallecimiento de nuestra madre y todos los hermanos nos reuniremos.
Sobre la cómoda, en el dormitorio del matrimonio, la lamparita que un día puso mi madre, continúa encendida. Su cálida luz mantiene viva nuestra memoria.

Introinspección

Introinspección

OJO NUBES

En este corazón donde mansamente llueve, que renace cuando el sol se abre camino y crece o mengua, a capricho del cielo; como el agua de los charcos. Llega el invierno.                                                                                                                                     Alzamos barreras frente a la intemperie, buscamos protección, cobijo, calor y abrigo. Mientras, mansamente, la lluvia cae sobre los campos, con sordo rumor acariciante y continuo.
La distancia se cobija tras la cortina de agua. El silencio crece a la sordina y todo invita al retiro, al refugio, a la calma; a abrir los castillos interiores; a mirar despacio y desde lejos.
Apagado corazón ¡Ya llega el invierno!