Los pétalos de una flor
me dijeron al pasar:
¡No nos dejes de mirar!
Volví la cabeza un poco,
para contemplar el día
y cuando la miré de nuevo
la flor ya se moría.
Los pétalos de una flor
me dijeron al pasar:
¡No nos dejes de mirar!
Volví la cabeza un poco,
para contemplar el día
y cuando la miré de nuevo
la flor ya se moría.
Yo lastimé la flor
cuando, al cortarla,
su sangre he dividido.
He puesto fin al pulso y al latido,
a su color que incendia mi ventana.
Sus pétalos esparce la mañana
aún con rastros de rocío;
cristal fundido que la noche le dejara.
El aire acuna con presteza
tu frágil carne desprendida
que en grácil girar
busca la tierra.
El leve tallo sin espinas
es una admiración decapitada,
un signo que no empieza ni termina.
Segué la flor para entregarla
y en un impulso necio y homicida
la condené a una muerte anticipada.
No volverás a saludar al sol
repleta de color y de alegría,
por este amor malentendido;
tu simétrica pasión
el ventanal reclama.
No nacerá ya en ti otra mañana,
ni el prodigio de abrirte repetido.